Existe un libro, no recuerdo su título con exactitud, pero es algo así como “políticos, politiqueros y demagógicos”. Este libro plantea, a grandes rasgos, una crítica a los partidos políticos, dada su responsabilidad en los niveles de corrupción que cayó el Estado chileno en el siglo XX. Y proponía una sociedad donde estos señores políticos tuvieran el menor grado de acción posible sobre como guiar el futuro de esta. Puesto que lo mejor era que los individuos libremente, según sus intereses y capacidades, conquistaran todos sus deseos y así alcanzar una sociedad feliz en su conjunto. El autor de este libro es Augusto Pinochet Ugarte.
La idea de nuestro dictador, no es muy novedosa (el no era muy iluminado que digamos). Toda la elite intelectual que sostiene ideológicamente nuestro sistema económico (la superestructura de la sociedad diría un pensador por ahí) ha difuminado la idea que la política era por lo general algo malo. Necesario de reducir a su máxima expresión. Política como antítesis de las libertades humanas.
Y bueno, frases como “los problemas reales de la gente” son las que sustentan dicha ideología que intenta acabar con lo político, con la existencia de espacios públicos de discusión y, por cierto, de decisión.
Esta es la ideología que sostiene a un sistema económico determinado, actualmente el neoliberalismo. El cual mantiene relaciones económicas profundamente desiguales entre los miembros de una sociedad. El nivel de concentración de riqueza es abismante en el país. Esta desigual, al estar en función de la distribución de la riqueza, extiende su radio de acción a otras esferas de la sociedad como lo son su sistema de educación, su sistema de salud, su sistema de justicia, etc.
Si partimos de la base que bajo las condiciones sociales que generó la sociedad moderna pos-revolución francesa, el hombre se desenvuelve en dos dimensiones: la pública y la privada, ambas poseen funciones distintas, disímiles y complementarias. En lo privado es donde nos diferenciamos, donde se logra que cada individuo se exprese como un ente distinto del resto de la sociedad. Mientras que lo público, es donde discutimos y decidimos cuales van a ser las reglas que van a lograr igualdad de condiciones, oportunidades y derecho para maximizar nuestro desarrollo bio-psico-social. Queda claro lo que este discurso apolítico jibariza: la instancia donde somos iguales, en oportunidades y derecho. Las instancias públicas.
El resultado: una sociedad donde cada día estamos más distanciados, con menos instancias de diálogo, donde hasta en la familia (institución siempre defendida por quienes se desviven por demonizar lo político) se pierde la intensidad de los lazos.
¿Por qué amplios sectores de izquierda, abiertamente contrarios al sistema económico que rige al país, han adoptado con tanta fuerza este discurso de desconfianza con lo político, con las instituciones que propician el diálogo y la toma de decisiones?
Por un lado pienso, que es profundamente importante cuestionarse constantemente las formas de hacer política, a nivel de Estados, de partidos políticos, sindicatos, federaciones, etc. dado que esto es la única forma que dichas instituciones logren instalarse como realmente legítimas para los individuos a los cuales dice representar. Pero, cuando dicho cuestionamiento hace tambalear a las instituciones creadas justamente para propiciar el debate público; es cuando ese cuestionamiento empieza a ser dañino para toda empresa que tenga como objetivo sofocar las horrorosas desigualdades que imperan en nuestras sociedades contemporáneas.
Todos estos grupos políticos que generalmente se les categoriza como anarquistas, ultra o autónomos, contienen en sus programas políticos, demandas fuertemente funcionales con el perpetuamiento del actual régimen económico. Puesto que olvidan que, si bien no es de un modo mecánico, es imposible cambiar gran parte de las conductas sociales, si no nos enfocamos en destruir las instituciones que propician la desigualdad económica y la acumulación de riquezas.
El nivel de funcionalidad con el modelo es inmenso. Por tanto, no es anormal que concentren gran parte de su cotidianidad en criticar a los sectores políticos y sociales que buscan poseer las herramientas que permitan generar las transformaciones necesarias para asegurar condiciones de igualdad en el desarrollo humano. Es como si instintivamente en su reflexión van dándose cuenta que jamás podrán avanzar si existen instancias políticas dispuestas a disputar el poder, dispuestas a impulsar cambios sociales como principal prioridad de su quehacer. El día que nos dejen de criticar es necesario preocuparse.
Luchar por la existencia de instancias políticas al interior de la sociedad, que permitan un debate constante, toma de decisiones, elección de autoridades representativas, necesariamente es luchar por la generación de condiciones sociales capaces de cambiar el modelo económico que debemos entender es la principal necesidad que tenemos si queremos poder desarrollarnos en el esplendor de nuestras capacidades. Por el contrario, el negar la necesidad de la organización, las legítimas diferencias de opinión y las instancias de decisión, no es más que armonizar el ideal de hombre apolítico que tan bien se acomoda a las actuales condiciones de explotación.
El poder es algo que existe, es algo que jamás desaparecerá, solo puede desplazarse pero no desvanecerse. El poder, la capacidad de someter a otro, se encuentra concentrado en nuestro país en un reducido número de personas. Las estrategias para disputar ese poder, arrebatarlo y entregárselo a instancias públicas como lo es el Estado, a instancias donde no se nos sea imposible acceder; donde nuestras capacidades y no nuestra condición económica y de sangre determine nuestro nivel de influencia y participación, son absolutamente necesarias si queremos construir una nueva sociedad, nuevas relaciones sociales entre los individuos.
Por tanto, siempre es necesario criticar y develar los reales intereses que esa marginalidad, mal llamada de izquierda, pretende conseguir al criticar todo atisbo de estructura ya sea de organización política, gremial o estatal, los cuales no son más que perpetuar este sistema económico, profundamente inhumano que se impuso, a sangre y fuego, en nuestras sociedades.
Espero que no caigamos en su juego. Debemos constantemente cuestionar nuestras formas de hacer política, pero no cuestionarnos jamás la necesidad de hacer política. Ese es mi afán: “en estos tiempos de políticas de mostrador, dejar de avergonzarse de ser honrados. La política virtuosa es la única útil y durable” José Martí.