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domingo, 9 de junio de 2013

ACERCA DE LOS DESAFÍOS DE LA ACTUAL COYUNTURA


Desde que el Partido Comunista (PC) decidió dar su apoyo a Michelle Bachelet, el debate sobre contingencia y proyecciones políticas se ha intensificado profundamente. Es saludable que la discusión política abandone, aunque sea por un tiempo breve, la polémica estéril y pase a un nivel de reflexión más profunda. Quisiera contribuir a dicho debate, con el planteamiento que la decisión adoptada por el PC favorece la posibilidad que en Chile abramos un ciclo de democratización efectiva de su estructura política, económica y social, haciendo retroceder al neoliberalismo.

Expondré tres miradas, una basada en la historia nacional reciente, otra sobre el contexto continental y, por último, una reflexión teórica del quehacer revolucionario. Todo en relación a la necesidad de avance de las demandas populares.

I – EL CHILE DE LA ETERNA TRANSICIÓN

Se equivocan quienes creen que la decisión del PC es antojadiza o producto de un análisis hecho a última hora. Responde, por el contrario, a la observación del devenir histórico de las correlaciones de fuerzas y de discusiones que tiene su origen en el retorno de la democracia, cuando el PC define por dar su respaldo en primera vuelta a la candidatura de Patricio Aylwin, sin mediar ningún tipo de compromisos y resguardando independencia en relación al sector político que optó por una salida pactada con la dictadura.

Bajo los gobiernos de la Concertación, el PC mantuvo un trabajo permanente en el apoyo y la representación de los movimientos sociales, realizó una crítica activa a la hegemonía neoliberal que imperaba en el país y buscó llegar a acuerdos con la Concertación para acabar con el sistema electoral binominal y avanzar en correlaciones de fuerzas parlamentarias que pudieran cambiar la institucionalidad heredada de la dictadura.

El retorno de la derecha al gobierno (que el PC buscó evitar con mucha energía, desplegándose en el respaldo a Frei, de cara a la segunda vuelta de la elección pasada) terminó por reforzar un régimen que había sido disfrazado de transición, pero no era más que el resultado de las negociaciones y las correlaciones de fuerza que quedaron consolidadas con la llegada de esta democracia acotada. El discurso de la transición no fue más que una excusa para pedir mayor gobernabilidad a la espera que “estuviera las condiciones políticas para realizar los cambios”.

Sin embargo, dichas condiciones políticas no nacieron de los avances de un régimen neoliberal, sino de su cuestionamiento masivo y transversal, expresado con fuerza a partir de las movilizaciones detonadas por el movimiento estudiantil el año 2011. Dicho año se consolida una mayoría activa (que llevaba una acumulación de años) dispuesta a movilizarse y desafiar la desigualdad que muchos intentaron naturalizar en el país.

Lo acontecido el 2011 no fue un movimiento espontáneo, sino el resultado de una conducción del mundo estudiantil que generando un quiebre en relación a las conducciones sectarias que emergieron post-pingüinazo, apostó a convocar  a una mayoría más allá del espacio estudiantil, en pos de la demanda por la recuperación de la educación pública y de cuestionamiento al lucro, santificado hasta ese momento de la historia reciente de nuestro país. Fue la fuerza de dicha movilización la que generó el punto de inflexión y estableció condiciones políticas no solo de aislamiento de la derecha, si no de cualquier discurso político no dispuesto a generar transformaciones.

Luego de eso, se da inicio a una situación de inestabilidad política, de crisis, que sigue determinando la actual coyuntura política. Es el fruto de dicha inestabilidad -detonada el 2011 pero promovida en los años anteriores en el laborioso trabajo de la organización social de resistencia al régimen neoliberal- el que posibilita la gestación de un Gobierno que, basado en una nueva mayoría, realice tareas políticas que permitan hacer retroceder al neoliberalismo.

La apuesta, por cierto, no cae en el oportunismo de sectores políticos que poco y nada tuvieron que ver con la acumulación de fuerzas que permitió la detonación del 2011 y que ahora se presentan como los representantes del mundo social en oposición “a la vieja política”. Por el contrario, se hace cargo de las correlaciones de fuerzas actuales, dado que el clima de inestabilidad del país no va ser permanente y no resistirá veinte años más de acumulación de la mal llamada fuerza propia. Si no se asume la iniciativa de realizar tareas fundamentales ahora, existirá otro tipo de salida, no necesariamente favorable a los sectores populares.

A su vez, y esto conecta con el siguiente tema, tampoco la apuesta será realizar en cuatro años la totalidad de las transformaciones necesarias para desechar 40 años de implementación y consolidación del neoliberalismo. Apostamos a cuatro años de reformas acotadas, quedando la profundidad de estas determinada en gran medida por la energía y audacia que el mundo social manifieste para avanzar en sus demandas. Entendemos como imprescindibles las reformas tributaria, educacional, laboral y el fin del binominal, mientras que la discusión sobre un cambio de la constitución mediante asamblea constituyente aun no decanta, siendo clave los posicionamientos que se generen en pos de esta demanda durante el actual año político para alcanzar la viabilidad de dicha reforma.

II – AMÉRICA LATINA EMERGE SOBERANA

Puede que algunos acusen un carácter reformista (y por tanto, según ellos, claudicante) de la apuesta que se está realizando. Sin embargo, dicha lectura choca con la realidad continental. La cual ha demostrado los últimos años que la conformación de amplias mayorías, incluso con contradicciones internas y con elementos neoliberales, permite abrir sendas en pos del socialismo.

El actual clima de inestabilidad en Venezuela es fruto del boicot económico que está realizando la burguesía de dicho país, como respuesta a todo lo que logró avanzar el socialismo del siglo XXI desde el triunfo de Chávez. Sin embargo, no vemos en el origen de ese proceso a las fuerzas de izquierda queriendo cuidar su pureza ideológica. Muy por el contrario, el Chávez de 1998 ponía sus énfasis en dar garantías de respeto al modelo económico liberal, lo cual se explicaba por las correlaciones de fuerzas que se encontraban atrás de Chávez en ese momento.

La posibilidad de avanzar en una propuesta más transformadora fue de la mano con el ejercicio del gobierno mismo, y donde la salida exitosa al golpe de Estado del 2002, contribuyó a acelerar el proceso de consolidación de un proyecto político más ambicioso desde el mismo ejecutivo y no en la ante sala a su llegada a este.

Más cercano es el ejemplo de Uruguay. El Frente Amplio abarca desde la izquierda que optó en su momento por la vía armada hasta sectores socialdemócratas y democratacristianos. Llega por primera vez al Gobierno con Tabaré Vásquez, un político perteneciente al sector más moderado de la coalición y con varios tintes neoliberales. Pero es esa misma coalición ha permitido la llegada a la presidencia de Mujica, antiguo guerrillero que ha sido un aporte de gran relevancia en consolidar la izquierda en la región y que ha generado admiración por su lucidez y humildad en la juventud del continente. Sin una coalición amplia no tendríamos el privilegio de tenerlo como un líder en la región.

Y así distintas experiencias nos indican que una mirada continental nos permite comprender que el proceso de convergencia que se está desarrollando en Chile, se inscribe y dialoga con un continente que está dando pasos agigantados en afianzar una soberanía y un desarrollo social integral, pero que a su vez sigue teniendo los mismos desafíos dadas las intentonas desestabilizadoras que la derecha continental nunca abandonará.

III – LUCHEMOS POR CONSOLIDAR UNA HEGEMONÍA

Finalmente, como tercer elemento, la teoría también tiene mucho que aportar al actual debate, solamente si no es alejada de las condiciones materiales en las cuales acontecen los fenómenos políticos. No olvidemos que Lenin nos llama a hacer análisis concretos de la situación concreta. Por tanto, cuando ocupamos solo citas y conceptos para sustentar determinada tesis política, no solo estamos abandonando la esencia materialista del marxismo y su principal fuente de riqueza, sino que estamos perdiendo la posibilidad de incidir de manera efectiva en la contingencia.

Una conceptualización que considero pertinente para analizar las tareas de la actual situación política es el llamado que nos hace Gramsci a pasar de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones.

En sociedades occidentales más avanzadas como las europeas del siglo xx (en la cual con matices podemos inscribir nuestra sociedad) no sería correcto en el accionar político revolucionario, atrincherarse en determinada posición y simplemente avanzar bajo una lógica de revolución permanente. Estas, según el autor, fueron las tesis aplicadas en el ciclo de luchas que se inician en Europa a partir de 1789, que tocan techo en los acontecimientos de 1870 (comuna de París) y que también lograron expresarse y mostrar su efectividad en la Rusia de 1917 debido a su retraso en relación a occidente. Lo que Lenin denominó el eslabón más débil en la fase de la dominación imperialista.

Desde hace muchos años ya que no podemos simplemente inscribirnos en el accionar político de una revolución permanente en el cual sin importar la correlación de fuerza nos dediquemos a acumular hasta que alguna vez nuestra fuerza propia nos permita realizar transformaciones más profundas. Este error se reitera en diversos sectores de izquierda que se atribuyen una supuesta superioridad moral y es producto de un exceso de dogmatismo incluso presente en sectores posmodernos.

Nuestra disputa debe ser por la hegemonía, lo cual implica conquistar y convencer discursos y prácticas cada vez más amplias de la sociedad. Puesto que, como Marx señaló, ninguna sociedad podrá realizar las transformaciones para las cuales aún no se han generado las condiciones necesarias.

Esta disputa por la hegemonía, que implica ocupar una trinchera ya no solo como un espacio de disputa permanente sino que también de consolidación y acumulación de fuerza para realizar las tareas del periodo y proyectar las que en seguida vienen, nos obliga a enfrentarnos no solo a las fuerzas reaccionarias, sino también a las fuerzas novísimas, aquellas que sin comprender las tareas del momento, pretenden hacer caso omiso de ellas y enfrentar las tareas que vienen, para las cuales aun no se han generado las condiciones sociales necesarias para que emerjan.

Bajo esta conceptualización la conquista del Estado resulta fundamental, incluso ingresando en él bajo un paragua con contradicciones internas, con tareas acotadas y no directamente el socialismo.

La política revolucionaria de nuestra época, por tanto, requiere de mucha más audacia y agudeza que la de nuestros antecesores. Los cuales para avanzar en sus disputas políticas, necesariamente realizaron rupturas teóricas expresadas no en tinta, sino en accionar político.

IV – LA OTRA MITAD DE LA PRAXIS ES LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA

Solo he pretendido aportar elementos tanto de la historia reciente de nuestro país, del contexto latinoamericano y teóricos que a mi juicio sustentan y respaldan las tesis del PC para hacer de la actual contingencia política de Chile la antesala a fecundas transformaciones. Otro escrito que respalda firmemente nuestro accionar es la opinión de la derecha, expresada en línea editorial de El Mercurio (1) cuando señala sobre el PC que “su proyecto es demoler piedra a piedra el edificio económico y social que nos ha regido por más de 30 años. Fiel a su estrategia, cabe prever que formule propuestas de apariencia pragmática, pero que en definitiva busquen abrir camino a un modelo de desarrollo muy distinto del que la Concertación contribuyó a afianzar y perfeccionar en sus cuatro gobiernos.”

Sin embargo estas son solo palabras. Debemos tener la convicción que solo un trabajo abnegado en el mundo social, preparando el paro del 11 de julio y un certero despliegue electoral en la disputa parlamentaria y presidencial, es lo que va garantizar el necesario avance por el cual estamos construyendo ya por tantos años.

El objetivo electoral debe ser propiciarle una derrota estratégica a la derecha. Lo cual incluye triunfar en las primarias, con una participación mayor en las primarias de la Oposición que en las de la Alianza, realizar la mayor cantidad de doblajes, tener un ambicioso programa para los siguientes cuatro años y ganar en primera vuelta de la elección presidencial del próximo 17 de noviembre.



(1)    El Mercurio de Santiago, editorial, día 7 de junio 2013