Desde que el Partido Comunista (PC)
decidió dar su apoyo a Michelle Bachelet, el debate sobre contingencia y
proyecciones políticas se ha intensificado profundamente. Es saludable que la
discusión política abandone, aunque sea por un tiempo breve, la polémica estéril
y pase a un nivel de reflexión más profunda. Quisiera contribuir a dicho
debate, con el planteamiento que la decisión adoptada por el PC favorece la
posibilidad que en Chile abramos un ciclo de democratización efectiva de su
estructura política, económica y social, haciendo retroceder al neoliberalismo.
Expondré tres miradas, una basada
en la historia nacional reciente, otra sobre el contexto continental y, por
último, una reflexión teórica del quehacer revolucionario. Todo en relación a la necesidad de avance
de las demandas populares.
I – EL CHILE DE LA ETERNA TRANSICIÓN
Se equivocan quienes creen que la
decisión del PC es antojadiza o producto de un análisis hecho a última hora. Responde,
por el contrario, a la observación del devenir histórico de las
correlaciones de fuerzas y de discusiones que tiene su origen en el retorno de
la democracia, cuando el PC define por dar su respaldo en primera vuelta a la
candidatura de Patricio Aylwin, sin mediar
ningún tipo de compromisos y resguardando independencia en relación al sector político
que optó por una salida pactada con la dictadura.
Bajo los gobiernos de la
Concertación, el PC mantuvo un trabajo permanente en el apoyo y la representación de
los movimientos sociales, realizó una crítica activa a la hegemonía neoliberal que
imperaba en el país y buscó llegar a acuerdos con la Concertación para acabar
con el sistema electoral binominal y avanzar en correlaciones de fuerzas
parlamentarias que pudieran cambiar la institucionalidad heredada de la
dictadura.
El retorno de la derecha al gobierno
(que el PC buscó evitar con mucha energía, desplegándose en el respaldo a Frei, de cara a la segunda vuelta de la elección pasada)
terminó por reforzar un régimen que había sido disfrazado de transición, pero
no era más que el resultado de las negociaciones y las correlaciones de fuerza
que quedaron consolidadas con la llegada de esta democracia acotada. El discurso
de la transición no fue más que una excusa para pedir mayor gobernabilidad a la
espera que “estuviera las condiciones políticas para realizar los cambios”.
Sin embargo, dichas condiciones políticas no nacieron de los
avances de un régimen neoliberal, sino de su cuestionamiento masivo y
transversal, expresado con fuerza a partir de las movilizaciones detonadas por
el movimiento estudiantil el año 2011. Dicho año se consolida una mayoría
activa (que llevaba una acumulación de años) dispuesta a movilizarse y desafiar
la desigualdad que muchos intentaron naturalizar en el país.
Lo acontecido el 2011 no fue un
movimiento espontáneo, sino el resultado de una conducción del mundo
estudiantil que generando un quiebre en relación a las conducciones sectarias
que emergieron post-pingüinazo, apostó a convocar a una mayoría más allá del espacio
estudiantil, en pos de la demanda por la recuperación de la educación pública y
de cuestionamiento al lucro, santificado hasta ese momento de la historia
reciente de nuestro país. Fue la fuerza de dicha movilización la que generó el
punto de inflexión y estableció condiciones políticas no solo de aislamiento de
la derecha, si no de cualquier discurso político no dispuesto a generar
transformaciones.
Luego de eso, se da inicio a una situación de inestabilidad
política, de crisis, que sigue determinando la actual coyuntura política. Es el
fruto de dicha inestabilidad -detonada el 2011 pero promovida en los años
anteriores en el laborioso trabajo de la organización social de resistencia al
régimen neoliberal- el que posibilita la gestación de un Gobierno que, basado
en una nueva mayoría, realice tareas políticas que permitan hacer retroceder al
neoliberalismo.
La apuesta, por cierto, no cae en
el oportunismo de sectores políticos que poco y nada tuvieron que ver con la
acumulación de fuerzas que permitió la detonación del 2011 y que ahora se
presentan como los representantes del mundo social en oposición “a la vieja
política”. Por el contrario, se hace cargo de las correlaciones de fuerzas
actuales, dado que el clima de inestabilidad del país no va ser permanente y no
resistirá veinte años más de acumulación de la mal llamada fuerza propia. Si no
se asume la iniciativa de realizar tareas fundamentales ahora, existirá otro tipo de
salida, no necesariamente favorable a los sectores populares.
A su vez, y esto conecta con el
siguiente tema, tampoco la apuesta será realizar en cuatro años la totalidad de las transformaciones necesarias para desechar 40 años de implementación y consolidación del neoliberalismo. Apostamos
a cuatro años de reformas acotadas, quedando la profundidad de estas determinada
en gran medida por la energía y audacia que el mundo social manifieste para
avanzar en sus demandas. Entendemos como imprescindibles las reformas
tributaria, educacional, laboral y el fin del binominal, mientras que la
discusión sobre un cambio de la constitución mediante asamblea constituyente
aun no decanta, siendo clave los posicionamientos que se generen en pos de esta
demanda durante el actual año político para alcanzar la viabilidad de dicha
reforma.
II – AMÉRICA LATINA EMERGE SOBERANA
Puede que algunos acusen un
carácter reformista (y por tanto, según ellos, claudicante) de la apuesta que se
está realizando. Sin embargo, dicha lectura choca con la realidad continental.
La cual ha demostrado los últimos años que la conformación de amplias mayorías,
incluso con contradicciones internas y con elementos neoliberales, permite
abrir sendas en pos del socialismo.
El actual clima de inestabilidad
en Venezuela es fruto del boicot económico que está realizando la burguesía de
dicho país, como respuesta a todo lo que logró avanzar el socialismo del siglo
XXI desde el triunfo de Chávez. Sin embargo, no vemos en el origen de ese
proceso a las fuerzas de izquierda queriendo cuidar su pureza ideológica. Muy
por el contrario, el Chávez de 1998 ponía sus énfasis en dar garantías de
respeto al modelo económico liberal, lo cual se explicaba por las correlaciones
de fuerzas que se encontraban atrás de Chávez en ese momento.
La posibilidad de avanzar en una
propuesta más transformadora fue de la mano con el ejercicio del gobierno
mismo, y donde la salida exitosa al golpe de Estado del 2002, contribuyó a
acelerar el proceso de consolidación de un proyecto político más ambicioso
desde el mismo ejecutivo y no en la ante sala a su llegada a este.
Más cercano es el ejemplo de
Uruguay. El Frente Amplio abarca desde la izquierda que optó en
su momento por la vía armada hasta sectores socialdemócratas y
democratacristianos. Llega por primera vez al Gobierno con Tabaré Vásquez, un
político perteneciente al sector más moderado de la coalición y con varios
tintes neoliberales. Pero es esa misma coalición ha permitido la llegada
a la presidencia de Mujica, antiguo guerrillero que ha sido un aporte de gran
relevancia en consolidar la izquierda en la región y que ha generado admiración
por su lucidez y humildad en la juventud del continente. Sin una coalición
amplia no tendríamos el privilegio de tenerlo como un líder en la región.
Y así distintas experiencias nos indican
que una mirada continental nos permite comprender que el proceso de
convergencia que se está desarrollando en Chile, se inscribe y dialoga con un
continente que está dando pasos agigantados en afianzar una soberanía y un
desarrollo social integral, pero que a su vez sigue teniendo los mismos
desafíos dadas las intentonas desestabilizadoras que la derecha continental
nunca abandonará.
III – LUCHEMOS POR CONSOLIDAR UNA HEGEMONÍA
Finalmente, como tercer elemento,
la teoría también tiene mucho que aportar al actual debate, solamente si no es
alejada de las condiciones materiales en las cuales acontecen los fenómenos
políticos. No olvidemos que Lenin nos llama a hacer análisis concretos de la situación
concreta. Por tanto, cuando ocupamos solo citas y conceptos para sustentar
determinada tesis política, no solo estamos abandonando la esencia materialista
del marxismo y su principal fuente de riqueza, sino que estamos perdiendo la posibilidad
de incidir de manera efectiva en la contingencia.
Una conceptualización que considero
pertinente para analizar las tareas de la actual situación política es el
llamado que nos hace Gramsci a pasar de la guerra de movimientos a la guerra
de posiciones.
En sociedades occidentales más avanzadas como las europeas del
siglo xx (en la cual con matices podemos inscribir nuestra sociedad) no sería
correcto en el accionar político revolucionario, atrincherarse en determinada
posición y simplemente avanzar bajo una lógica de revolución permanente. Estas,
según el autor, fueron las tesis aplicadas en el ciclo de luchas que se inician en
Europa a partir de 1789, que tocan techo en los acontecimientos de 1870 (comuna
de París) y que también lograron expresarse y mostrar su efectividad en la
Rusia de 1917 debido a su retraso en relación a occidente. Lo que Lenin
denominó el eslabón más débil en la fase de la dominación imperialista.
Desde hace muchos años ya que no
podemos simplemente inscribirnos en el accionar político de una revolución
permanente en el cual sin importar la correlación de fuerza nos dediquemos a
acumular hasta que alguna vez nuestra fuerza propia nos permita realizar transformaciones
más profundas. Este error se reitera en diversos sectores de izquierda que se atribuyen una supuesta superioridad moral y es producto de un exceso de dogmatismo incluso presente en
sectores posmodernos.
Nuestra disputa debe ser por la
hegemonía, lo cual implica conquistar y convencer discursos y prácticas cada
vez más amplias de la sociedad. Puesto que, como Marx señaló, ninguna sociedad
podrá realizar las transformaciones para las cuales aún no se han generado las condiciones
necesarias.
Esta disputa por la hegemonía, que
implica ocupar una trinchera ya no solo como un espacio de disputa permanente
sino que también de consolidación y acumulación de fuerza para realizar las
tareas del periodo y proyectar las que en seguida vienen, nos obliga a
enfrentarnos no solo a las fuerzas reaccionarias, sino también a las fuerzas
novísimas, aquellas que sin comprender las tareas del momento, pretenden hacer
caso omiso de ellas y enfrentar las tareas que vienen, para las cuales aun no se
han generado las condiciones sociales necesarias para que emerjan.
Bajo esta conceptualización la
conquista del Estado resulta fundamental, incluso ingresando en él bajo un
paragua con contradicciones internas, con tareas acotadas y no directamente el socialismo.
La política revolucionaria de
nuestra época, por tanto, requiere de mucha más audacia y agudeza que la de
nuestros antecesores. Los cuales para avanzar en sus disputas políticas,
necesariamente realizaron rupturas teóricas expresadas no en tinta, sino en
accionar político.
IV – LA OTRA MITAD DE LA PRAXIS ES LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA
Solo he pretendido aportar
elementos tanto de la historia reciente de nuestro país, del contexto
latinoamericano y teóricos que a mi juicio sustentan y respaldan las tesis del
PC para hacer de la actual contingencia política de Chile la antesala a fecundas
transformaciones. Otro escrito que respalda firmemente nuestro accionar es la
opinión de la derecha, expresada en línea editorial de El Mercurio (1) cuando señala
sobre el PC que “su proyecto es demoler piedra a piedra el edificio económico y
social que nos ha regido por más de 30 años. Fiel a su estrategia, cabe prever
que formule propuestas de apariencia pragmática, pero que en definitiva busquen
abrir camino a un modelo de desarrollo muy distinto del que la Concertación
contribuyó a afianzar y perfeccionar en sus cuatro gobiernos.”
Sin embargo estas son solo
palabras. Debemos tener la convicción que solo un trabajo abnegado en el mundo
social, preparando el paro del 11 de julio y un certero despliegue electoral en
la disputa parlamentaria y presidencial, es lo que va garantizar el necesario
avance por el cual estamos construyendo ya por tantos años.
El objetivo electoral debe ser
propiciarle una derrota estratégica a la derecha. Lo cual incluye triunfar en
las primarias, con una participación mayor en las primarias de la Oposición que
en las de la Alianza, realizar la mayor cantidad de doblajes, tener un ambicioso programa para los siguientes cuatro años y ganar en primera vuelta de la
elección presidencial del próximo 17 de noviembre.
(1)
El
Mercurio de Santiago, editorial, día 7 de junio 2013