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martes, 26 de noviembre de 2013

Elecciones 2013: a las puertas de un Nuevo Ciclo Político

Acaban de terminar las elecciones de primera vuelta, el resultado es que nos vamos a balotaje entre la candidata de la Nueva Mayoría –pese a toda la expectativa y esfuerzo realizado para ganar en primera vuelta- y la candidata de la Alianza, que celebró como si fuera un triunfo su escuálido 25,01%, ante la inminencia de un resultado electoral bajo el 20% e incluso a la especulación de que podía quedar relegada a un tercer lugar y no pasar a segunda vuelta, ahondando aun más la crisis de la derecha.

Son varias las aristas que pueden ser consideradas para el análisis. Esta elección, si bien fue novedosa destacando principalmente la alta cantidad de doblajes que dejan en una sólida posición a la Nueva Mayoría en el parlamento (muy similar a la de la concertación de comienzos de los noventa, pero ahora sin la presencia de senadores designados), tiene también una serie de elementos de continuidad que permiten observar cómo ha sido la evolución de la sociedad chilena desde el fin de la dictadura.

La Mirada General

          En primer lugar, teniendo una mirada general de todas las elecciones presidenciales de primera vuelta, incluyendo el plebiscito, observamos una tendencia a la baja, pero bastante constante de los votos válidamente emitidos (Figura I).

                FIGURA I: Evolución votos válidos, inválidos y población mayor de 18 años

(Fuente: Elaboración propia en base a datos del INE y SERVEL)

La gente que para estas elecciones presidenciales fue a votar y marcó una de las preferencias, descendió 400.596 en comparación a la última elección. No es un descenso menor, esa cantidad de votos puede dirimir el resultado de una elección y resulta muy probable que sea el paso del voto obligatorio al voto voluntario el factor que más explica dicha caída. Sin embargo, si bien desde el punto de vista netamente electoral la caída es significativa, comparándola con la totalidad de la abstención que avanza a la par con el crecimiento de la población, estamos ante una situación que tiene causas mucho más estructurales.

Para el plebiscito, votó válidamente un 87,94% de la población mayor a 18 años[1], mientras que para las elecciones de este domingo solo lo hizo un 51,02%. El paso del voto obligatorio al voto voluntario incide en la baja, pero este es un fenómeno que se viene arrastrando desde el retorno de la democracia, según el cual los nuevos sectores sociales que han surgido en el país no se incorporan a los procesos electorales, manteniendo nuestro sistema político aun clavado en los espacios que determinaron la salida pactada a la dictadura.

Más allá de que existen otras razones y argumentos sobre el debate de la obligatoriedad o no del voto, queda claro que responder a la abstención con un llamado a restituir el voto obligatorio equivale a vender el sillón de don Otto: el problema de la abstención no se relaciona con las características propias de nuestro sistema político, sino que radica en la incapacidad de incorporar a los sectores sociales que han surgido estos veinte años al proceso democrático.

Otro elemento que da cuenta de esto es la baja en 171.700 de los votos inválidos (nulos o blancos): si esta elección hubiera sido con voto obligatorio se habría mantenido la tendencia a la baja de los votos válidos, sin embargo el descenso hubiera sido menor, pero este hubiera estado acompañado de una mayor cantidad de nulos y blancos, que hasta la elección anterior se encontraban amarrados a asistir a votar debido la obligatoriedad del voto.

Los que no votan

Tenemos un sistema político aun anclado al clivaje que estableció el plebiscito, a tal punto que los votos válidos, en relación al total de la población, si bien tienen una tendencia a la baja, se mantienen bastante constante. Paralelo a ellos, casi al mismo ritmo del crecimiento de la población, se consolida un sector que no participa en las elecciones y que de seguir la tendencia en cuatro años más pueden ser la mayoría.

Entonces, cabe la pregunta ¿quiénes son los que no votan?

Tomando el cuadro confeccionado por Mauricio Morales (Figura II), podemos establecer la relación que existe entre el nivel de ingreso y la participación electoral. Mientras en Vitacura votó en estas últimas elecciones casi un 70% de la población, en La Pintana la participación fue en torno al 40%.

FIGURA II: Nivel de participación y pobreza para comunas de la RM. Elecciones 2013

(Fuente: Mauricio Morales, observatorio electoral UDP)

Estamos, por tanto, ante un sesgo de clase en la conformación de nuestro sistema político. Siendo los sectores populares, que experimentan altos grados de marginalidad, los que no están participando de las elecciones.

Por tanto, la abstención no se enfrenta entendiéndola como un problema en sí (ni mucho menos culpando al voto voluntario), sino más bien como un síntoma: una expresión más de las graves consecuencias que generan los niveles de desigualdad que existen en nuestro país. Quienes no votan son sectores marginados, con escasas redes e inmersos en una situación económica adversa.
           
           De todos modos, no hay que confundirse y pensar que durante la dictadura no existía marginalidad y pobreza extrema, de hecho es todo lo contrario, pero en dichos espacios sociales la presencia de redes partidarias que combatían desde la clandestinidad a la dictadura, generaron una sólida base de integración que se tradujo en cultura y participación política, que hasta el día de hoy se expresa bajo el sentido de pertenencia a espacios urbanos con identidad combativa.

Sin embargo, la expansión de estos sectores, donde antes se daban las disputas y debates entre las distintas agrupaciones de izquierda, la DC y un sin fin de organizaciones sociales, hoy son hegemonizadas por el tráfico y consumo de pasta base.

Correlaciones de fuerza

        Pese a los elementos de continuidad, respecto a esta elección -antecedida de las más importantes movilizaciones desde el retorno de la democracia- es posible señalar que estamos en las puertas de cambios significativos que terminen definitivamente un ciclo político que nace del retorno a la democracia y se sustenta en los acuerdos con la derecha que han permitido mantener los pilares fundamentales del sistema heredado de la dictadura.

         Observando el comportamiento electoral de las principales coaliciones en las elecciones presidenciales de primera vuelta (Figura III), vemos que la Derecha[2] cae a su piso histórico, luego de la gestión de Sebastián Piñera.

FIGURA III: Evolución rendimiento electoral principales coaliciones en elecciones presidenciales de primera vuelta

(Fuente: Elaboración propia en base a datos del SERVEL)

La ofensiva emprendida por Evelyn Matthei contra Franco Parisi, hipotecó en gran medida las posibilidades de convocar a los adherentes de dicho candidato para una segunda vuelta, pero la salvó de un resultado más estrepitoso aun.  A Matthei solo le queda tensar más a su sector y continuar con un discurso alarmista frente a las expectativas de cambio social presentes en el país, lo que va a contrapelo absoluto con las expectativas de cambio que, representadas en distintas candidaturas, se posicionaron como hegemónicas en los resultados electorales.

La evolución de los votos de la Nueva Mayoría[3] si bien rompen la tendencia a la baja, no logra recuperarse de la escisión de Marco Enriquez-Ominami[4], que pese a que obtiene 682.854 votos menos que en su elección anterior, se posiciona de todos modos con un capital político con proyección al tener conformado un partido político con una discreta presencia en el mundo municipal, pero con la debilidad de no tener parlamentarios[5].

Haciendo la ficción de observar la convergencia entre ambos sectores[6], se proyecta una votación muy consolidada que puede proyectar una amplia mayoría para impulsar transformaciones.

Marco Enriquez presentó en la elección anterior un programa que coqueteó con elementos liberales con el objetivo de diferenciarse de los sectores tradicionales de izquierda. Para esta vuelta optó por situarse a la izquierda de Bachelet, lo cual sumado al resultado de los otros candidatos de izquierda, implica más de un millón de votos a la izquierda da Bachelet.

El factor de incertidumbre lo pone la situación de voto voluntario, pero los antecedentes de balotaje con voto obligatorio, dan cuenta que sin importar tanto el llamado de los candidatos, los votos de la izquierda terminaron yéndose a la Concertación en la segunda vuelta. Considero, por tanto, que Marco Enriquez tiene una posibilidad real de ser un actor incidente, no solo en esta segunda vuelta, si no que en el ciclo político que se inicia con el nuevo Gobierno. Pero debe actuar con responsabilidad y no cometer los mismos errores que en estos cuatro años le hicieron perder parte importante de su capital político.

Una buena señal, en esa línea, fue su declaración respecto a que si o si su candidata para la segunda vuelta es la Asamblea Constituyente, lo que permite seguir dinamizando un debate que no se cerró del todo en la primera vuelta a la espera de los resultados en las parlamentarias.

A modo de cierre: las tareas que vienen son de todos

         Nos encontramos aun como sociedad inmersos en el legado de la dictadura. Un reflejo de eso es lo estático de nuestro sistema político, pese al esfuerzo de distintos actores de dinamizarlo.

          La crisis de participación, que el voto voluntario no genera y solo devela, requiere ser combatida de raíz, apuntando a la desigualdad galopante que en todos estos años ha generado ghettos de marginalidad, miseria y abandono social. La tarea es de tal envergadura que requiere de una correlación amplia política y social que se haga cargo de manera estructural de botar toda la herencia dictatorial y construir un país basado en derechos, con un Estado interventor audaz en áreas tan sensibles y abandonadas como la salud, la educación, la previsión, los derechos de los trabajadores, además del desarrollo económico.

         Resulta apresurado hacer proyecciones para la segunda vuelta. Los actores están en movimiento, pero me atrevo a señalar que  quien no se pronuncia o no juega un rol en esta segunda vuelta, independiente de cual rol sea este, probablemente tendrá una nula incidencia en el ciclo político que Chile inicia.


[1] Estimaciones del INE de la población mayor a 18 años, según datos que llegan hasta el CENSO 2002.
[2] Los votos de la derecha, corresponde a la línea Roja (DER) que considera:
Plebiscito: Votos SI
Elecciones 1989: Votos Hernán Büchi
Elecciones 1993: Votos Arturo Alessandri y José Piñera
Elecciones 1999: Votos Joaquín Lavín
Elecciones 2005: Votos Sebastián Piñera y Joaquín Lavín
Elecciones 2009: Votos Sebastián Piñera
Elecciones 2013: Votos Evelyn Matthei
[3] Los votos de la Nueva Mayoría, corresponde a la línea azul (NM) que considera:
Plebiscito: Votos NO
Elecciones 1989: Votos Aylwin
Elecciones 1993: Votos Eduardo Frei y Eugenio Pizarro
Elecciones 1999: Votos Ricardo Lagos y Gladys Marín
Elecciones 2005: Votos Michelle Bachelet y 2/3 del resultado obtenido por Tomás Hirsch
Elecciones 2009: Votos Eduardo Frei y Jorge Arrate
Elecciones 2013: Votos Michelle Bachelet
[4] Línea verde (MEO).
[5] El diputado que eligen pertenece al Partido Liberal y no al Progresista.
[6] Sumatoria votos Nueva Mayoría y Marco Enriquez-Ominami, línea morada (NM+MEO)

domingo, 9 de junio de 2013

ACERCA DE LOS DESAFÍOS DE LA ACTUAL COYUNTURA


Desde que el Partido Comunista (PC) decidió dar su apoyo a Michelle Bachelet, el debate sobre contingencia y proyecciones políticas se ha intensificado profundamente. Es saludable que la discusión política abandone, aunque sea por un tiempo breve, la polémica estéril y pase a un nivel de reflexión más profunda. Quisiera contribuir a dicho debate, con el planteamiento que la decisión adoptada por el PC favorece la posibilidad que en Chile abramos un ciclo de democratización efectiva de su estructura política, económica y social, haciendo retroceder al neoliberalismo.

Expondré tres miradas, una basada en la historia nacional reciente, otra sobre el contexto continental y, por último, una reflexión teórica del quehacer revolucionario. Todo en relación a la necesidad de avance de las demandas populares.

I – EL CHILE DE LA ETERNA TRANSICIÓN

Se equivocan quienes creen que la decisión del PC es antojadiza o producto de un análisis hecho a última hora. Responde, por el contrario, a la observación del devenir histórico de las correlaciones de fuerzas y de discusiones que tiene su origen en el retorno de la democracia, cuando el PC define por dar su respaldo en primera vuelta a la candidatura de Patricio Aylwin, sin mediar ningún tipo de compromisos y resguardando independencia en relación al sector político que optó por una salida pactada con la dictadura.

Bajo los gobiernos de la Concertación, el PC mantuvo un trabajo permanente en el apoyo y la representación de los movimientos sociales, realizó una crítica activa a la hegemonía neoliberal que imperaba en el país y buscó llegar a acuerdos con la Concertación para acabar con el sistema electoral binominal y avanzar en correlaciones de fuerzas parlamentarias que pudieran cambiar la institucionalidad heredada de la dictadura.

El retorno de la derecha al gobierno (que el PC buscó evitar con mucha energía, desplegándose en el respaldo a Frei, de cara a la segunda vuelta de la elección pasada) terminó por reforzar un régimen que había sido disfrazado de transición, pero no era más que el resultado de las negociaciones y las correlaciones de fuerza que quedaron consolidadas con la llegada de esta democracia acotada. El discurso de la transición no fue más que una excusa para pedir mayor gobernabilidad a la espera que “estuviera las condiciones políticas para realizar los cambios”.

Sin embargo, dichas condiciones políticas no nacieron de los avances de un régimen neoliberal, sino de su cuestionamiento masivo y transversal, expresado con fuerza a partir de las movilizaciones detonadas por el movimiento estudiantil el año 2011. Dicho año se consolida una mayoría activa (que llevaba una acumulación de años) dispuesta a movilizarse y desafiar la desigualdad que muchos intentaron naturalizar en el país.

Lo acontecido el 2011 no fue un movimiento espontáneo, sino el resultado de una conducción del mundo estudiantil que generando un quiebre en relación a las conducciones sectarias que emergieron post-pingüinazo, apostó a convocar  a una mayoría más allá del espacio estudiantil, en pos de la demanda por la recuperación de la educación pública y de cuestionamiento al lucro, santificado hasta ese momento de la historia reciente de nuestro país. Fue la fuerza de dicha movilización la que generó el punto de inflexión y estableció condiciones políticas no solo de aislamiento de la derecha, si no de cualquier discurso político no dispuesto a generar transformaciones.

Luego de eso, se da inicio a una situación de inestabilidad política, de crisis, que sigue determinando la actual coyuntura política. Es el fruto de dicha inestabilidad -detonada el 2011 pero promovida en los años anteriores en el laborioso trabajo de la organización social de resistencia al régimen neoliberal- el que posibilita la gestación de un Gobierno que, basado en una nueva mayoría, realice tareas políticas que permitan hacer retroceder al neoliberalismo.

La apuesta, por cierto, no cae en el oportunismo de sectores políticos que poco y nada tuvieron que ver con la acumulación de fuerzas que permitió la detonación del 2011 y que ahora se presentan como los representantes del mundo social en oposición “a la vieja política”. Por el contrario, se hace cargo de las correlaciones de fuerzas actuales, dado que el clima de inestabilidad del país no va ser permanente y no resistirá veinte años más de acumulación de la mal llamada fuerza propia. Si no se asume la iniciativa de realizar tareas fundamentales ahora, existirá otro tipo de salida, no necesariamente favorable a los sectores populares.

A su vez, y esto conecta con el siguiente tema, tampoco la apuesta será realizar en cuatro años la totalidad de las transformaciones necesarias para desechar 40 años de implementación y consolidación del neoliberalismo. Apostamos a cuatro años de reformas acotadas, quedando la profundidad de estas determinada en gran medida por la energía y audacia que el mundo social manifieste para avanzar en sus demandas. Entendemos como imprescindibles las reformas tributaria, educacional, laboral y el fin del binominal, mientras que la discusión sobre un cambio de la constitución mediante asamblea constituyente aun no decanta, siendo clave los posicionamientos que se generen en pos de esta demanda durante el actual año político para alcanzar la viabilidad de dicha reforma.

II – AMÉRICA LATINA EMERGE SOBERANA

Puede que algunos acusen un carácter reformista (y por tanto, según ellos, claudicante) de la apuesta que se está realizando. Sin embargo, dicha lectura choca con la realidad continental. La cual ha demostrado los últimos años que la conformación de amplias mayorías, incluso con contradicciones internas y con elementos neoliberales, permite abrir sendas en pos del socialismo.

El actual clima de inestabilidad en Venezuela es fruto del boicot económico que está realizando la burguesía de dicho país, como respuesta a todo lo que logró avanzar el socialismo del siglo XXI desde el triunfo de Chávez. Sin embargo, no vemos en el origen de ese proceso a las fuerzas de izquierda queriendo cuidar su pureza ideológica. Muy por el contrario, el Chávez de 1998 ponía sus énfasis en dar garantías de respeto al modelo económico liberal, lo cual se explicaba por las correlaciones de fuerzas que se encontraban atrás de Chávez en ese momento.

La posibilidad de avanzar en una propuesta más transformadora fue de la mano con el ejercicio del gobierno mismo, y donde la salida exitosa al golpe de Estado del 2002, contribuyó a acelerar el proceso de consolidación de un proyecto político más ambicioso desde el mismo ejecutivo y no en la ante sala a su llegada a este.

Más cercano es el ejemplo de Uruguay. El Frente Amplio abarca desde la izquierda que optó en su momento por la vía armada hasta sectores socialdemócratas y democratacristianos. Llega por primera vez al Gobierno con Tabaré Vásquez, un político perteneciente al sector más moderado de la coalición y con varios tintes neoliberales. Pero es esa misma coalición ha permitido la llegada a la presidencia de Mujica, antiguo guerrillero que ha sido un aporte de gran relevancia en consolidar la izquierda en la región y que ha generado admiración por su lucidez y humildad en la juventud del continente. Sin una coalición amplia no tendríamos el privilegio de tenerlo como un líder en la región.

Y así distintas experiencias nos indican que una mirada continental nos permite comprender que el proceso de convergencia que se está desarrollando en Chile, se inscribe y dialoga con un continente que está dando pasos agigantados en afianzar una soberanía y un desarrollo social integral, pero que a su vez sigue teniendo los mismos desafíos dadas las intentonas desestabilizadoras que la derecha continental nunca abandonará.

III – LUCHEMOS POR CONSOLIDAR UNA HEGEMONÍA

Finalmente, como tercer elemento, la teoría también tiene mucho que aportar al actual debate, solamente si no es alejada de las condiciones materiales en las cuales acontecen los fenómenos políticos. No olvidemos que Lenin nos llama a hacer análisis concretos de la situación concreta. Por tanto, cuando ocupamos solo citas y conceptos para sustentar determinada tesis política, no solo estamos abandonando la esencia materialista del marxismo y su principal fuente de riqueza, sino que estamos perdiendo la posibilidad de incidir de manera efectiva en la contingencia.

Una conceptualización que considero pertinente para analizar las tareas de la actual situación política es el llamado que nos hace Gramsci a pasar de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones.

En sociedades occidentales más avanzadas como las europeas del siglo xx (en la cual con matices podemos inscribir nuestra sociedad) no sería correcto en el accionar político revolucionario, atrincherarse en determinada posición y simplemente avanzar bajo una lógica de revolución permanente. Estas, según el autor, fueron las tesis aplicadas en el ciclo de luchas que se inician en Europa a partir de 1789, que tocan techo en los acontecimientos de 1870 (comuna de París) y que también lograron expresarse y mostrar su efectividad en la Rusia de 1917 debido a su retraso en relación a occidente. Lo que Lenin denominó el eslabón más débil en la fase de la dominación imperialista.

Desde hace muchos años ya que no podemos simplemente inscribirnos en el accionar político de una revolución permanente en el cual sin importar la correlación de fuerza nos dediquemos a acumular hasta que alguna vez nuestra fuerza propia nos permita realizar transformaciones más profundas. Este error se reitera en diversos sectores de izquierda que se atribuyen una supuesta superioridad moral y es producto de un exceso de dogmatismo incluso presente en sectores posmodernos.

Nuestra disputa debe ser por la hegemonía, lo cual implica conquistar y convencer discursos y prácticas cada vez más amplias de la sociedad. Puesto que, como Marx señaló, ninguna sociedad podrá realizar las transformaciones para las cuales aún no se han generado las condiciones necesarias.

Esta disputa por la hegemonía, que implica ocupar una trinchera ya no solo como un espacio de disputa permanente sino que también de consolidación y acumulación de fuerza para realizar las tareas del periodo y proyectar las que en seguida vienen, nos obliga a enfrentarnos no solo a las fuerzas reaccionarias, sino también a las fuerzas novísimas, aquellas que sin comprender las tareas del momento, pretenden hacer caso omiso de ellas y enfrentar las tareas que vienen, para las cuales aun no se han generado las condiciones sociales necesarias para que emerjan.

Bajo esta conceptualización la conquista del Estado resulta fundamental, incluso ingresando en él bajo un paragua con contradicciones internas, con tareas acotadas y no directamente el socialismo.

La política revolucionaria de nuestra época, por tanto, requiere de mucha más audacia y agudeza que la de nuestros antecesores. Los cuales para avanzar en sus disputas políticas, necesariamente realizaron rupturas teóricas expresadas no en tinta, sino en accionar político.

IV – LA OTRA MITAD DE LA PRAXIS ES LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA

Solo he pretendido aportar elementos tanto de la historia reciente de nuestro país, del contexto latinoamericano y teóricos que a mi juicio sustentan y respaldan las tesis del PC para hacer de la actual contingencia política de Chile la antesala a fecundas transformaciones. Otro escrito que respalda firmemente nuestro accionar es la opinión de la derecha, expresada en línea editorial de El Mercurio (1) cuando señala sobre el PC que “su proyecto es demoler piedra a piedra el edificio económico y social que nos ha regido por más de 30 años. Fiel a su estrategia, cabe prever que formule propuestas de apariencia pragmática, pero que en definitiva busquen abrir camino a un modelo de desarrollo muy distinto del que la Concertación contribuyó a afianzar y perfeccionar en sus cuatro gobiernos.”

Sin embargo estas son solo palabras. Debemos tener la convicción que solo un trabajo abnegado en el mundo social, preparando el paro del 11 de julio y un certero despliegue electoral en la disputa parlamentaria y presidencial, es lo que va garantizar el necesario avance por el cual estamos construyendo ya por tantos años.

El objetivo electoral debe ser propiciarle una derrota estratégica a la derecha. Lo cual incluye triunfar en las primarias, con una participación mayor en las primarias de la Oposición que en las de la Alianza, realizar la mayor cantidad de doblajes, tener un ambicioso programa para los siguientes cuatro años y ganar en primera vuelta de la elección presidencial del próximo 17 de noviembre.



(1)    El Mercurio de Santiago, editorial, día 7 de junio 2013