Acaban de
terminar las elecciones de primera vuelta, el resultado es que nos vamos a
balotaje entre la candidata de la Nueva Mayoría –pese a toda la expectativa y
esfuerzo realizado para ganar en primera vuelta- y la candidata de la Alianza,
que celebró como si fuera un triunfo su escuálido 25,01%, ante la inminencia de
un resultado electoral bajo el 20% e incluso a la especulación de que podía
quedar relegada a un tercer lugar y no pasar a segunda vuelta, ahondando aun
más la crisis de la derecha.
Son
varias las aristas que pueden ser consideradas para el análisis. Esta elección,
si bien fue novedosa destacando principalmente la alta cantidad de doblajes que
dejan en una sólida posición a la Nueva Mayoría en el parlamento (muy similar a
la de la concertación de comienzos de los noventa, pero ahora sin la presencia
de senadores designados), tiene también una serie de elementos de continuidad
que permiten observar cómo ha sido la evolución de la sociedad chilena desde el
fin de la dictadura.
La Mirada General
En primer
lugar, teniendo una mirada general de todas las elecciones presidenciales de
primera vuelta, incluyendo el plebiscito, observamos una tendencia a la baja, pero
bastante constante de los votos válidamente emitidos (Figura I).
FIGURA I: Evolución votos válidos,
inválidos y población mayor de 18 años
(Fuente: Elaboración propia en base a datos del INE y
SERVEL)
La gente que
para estas elecciones presidenciales fue a votar y marcó una de las
preferencias, descendió 400.596 en comparación a la última elección. No es un
descenso menor, esa cantidad de votos puede dirimir el resultado de una
elección y resulta muy probable que sea el paso del voto obligatorio al voto
voluntario el factor que más explica dicha caída. Sin embargo, si bien desde el
punto de vista netamente electoral la caída es significativa, comparándola con
la totalidad de la abstención que avanza a la par con el crecimiento de la
población, estamos ante una situación que tiene causas mucho más estructurales.
Para
el plebiscito, votó válidamente un 87,94% de la población mayor a 18 años[1],
mientras que para las elecciones de este domingo solo lo hizo un 51,02%. El
paso del voto obligatorio al voto voluntario incide en la baja, pero este es un
fenómeno que se viene arrastrando desde el retorno de la democracia, según el
cual los nuevos sectores sociales que han surgido en el país no se incorporan a
los procesos electorales, manteniendo nuestro sistema político aun clavado en
los espacios que determinaron la salida pactada a la dictadura.
Más
allá de que existen otras razones y argumentos sobre el debate de la
obligatoriedad o no del voto, queda claro que responder a la abstención con un
llamado a restituir el voto obligatorio equivale a vender el sillón de don
Otto: el problema de la abstención no se relaciona con las características
propias de nuestro sistema político, sino que radica en la incapacidad de
incorporar a los sectores sociales que han surgido estos veinte años al proceso
democrático.
Otro elemento
que da cuenta de esto es la baja en 171.700 de los votos inválidos (nulos o
blancos): si esta elección hubiera sido con voto obligatorio se habría mantenido
la tendencia a la baja de los votos válidos, sin embargo el descenso hubiera
sido menor, pero este hubiera estado acompañado de una mayor cantidad de nulos
y blancos, que hasta la elección anterior se encontraban amarrados a asistir a
votar debido la obligatoriedad del voto.
Los que no votan
Tenemos un
sistema político aun anclado al clivaje que estableció el plebiscito, a tal
punto que los votos válidos, en relación al total de la población, si bien
tienen una tendencia a la baja, se mantienen bastante constante. Paralelo a
ellos, casi al mismo ritmo del crecimiento de la población, se consolida un
sector que no participa en las elecciones y que de seguir la tendencia en
cuatro años más pueden ser la mayoría.
Entonces, cabe
la pregunta ¿quiénes son los que no votan?
Tomando el
cuadro confeccionado por Mauricio Morales (Figura II), podemos establecer la
relación que existe entre el nivel de ingreso y la participación electoral.
Mientras en Vitacura votó en estas últimas elecciones casi un 70% de la
población, en La Pintana la participación fue en torno al 40%.
FIGURA II: Nivel de participación y pobreza
para comunas de la RM. Elecciones 2013
(Fuente: Mauricio Morales, observatorio electoral UDP)
Estamos, por
tanto, ante un sesgo de clase en la conformación de nuestro sistema político.
Siendo los sectores populares, que experimentan altos grados de marginalidad,
los que no están participando de las elecciones.
Por tanto, la
abstención no se enfrenta entendiéndola como un problema en sí (ni mucho menos
culpando al voto voluntario), sino más bien como un síntoma: una expresión más
de las graves consecuencias que generan los niveles de desigualdad que existen
en nuestro país. Quienes no votan son sectores marginados, con escasas redes e
inmersos en una situación económica adversa.
De
todos modos, no hay que confundirse y pensar que durante la dictadura no
existía marginalidad y pobreza extrema, de hecho es todo lo contrario, pero en
dichos espacios sociales la presencia de redes partidarias que combatían desde
la clandestinidad a la dictadura, generaron una sólida base de integración que
se tradujo en cultura y participación política, que hasta el día de hoy se
expresa bajo el sentido de pertenencia a espacios urbanos con identidad
combativa.
Sin embargo,
la expansión de estos sectores, donde antes se daban las disputas y debates
entre las distintas agrupaciones de izquierda, la DC y un sin fin de
organizaciones sociales, hoy son hegemonizadas por el tráfico y consumo de
pasta base.
Correlaciones de fuerza
Pese
a los elementos de continuidad, respecto a esta elección -antecedida de las más
importantes movilizaciones desde el retorno de la democracia- es posible
señalar que estamos en las puertas de cambios significativos que terminen
definitivamente un ciclo político que nace del retorno a la democracia y se
sustenta en los acuerdos con la derecha que han permitido mantener los pilares
fundamentales del sistema heredado de la dictadura.
Observando
el comportamiento electoral de las principales coaliciones en las elecciones
presidenciales de primera vuelta (Figura III), vemos que la Derecha[2]
cae a su piso histórico, luego de la gestión de Sebastián Piñera.
FIGURA III: Evolución rendimiento electoral principales coaliciones en
elecciones presidenciales de primera vuelta
(Fuente: Elaboración propia en base a datos del SERVEL)
La ofensiva emprendida por Evelyn Matthei contra Franco Parisi,
hipotecó en gran medida las posibilidades de convocar a los adherentes de dicho
candidato para una segunda vuelta, pero la salvó de un resultado más
estrepitoso aun. A Matthei solo le queda
tensar más a su sector y continuar con un discurso alarmista frente a las
expectativas de cambio social presentes en el país, lo que va a contrapelo absoluto
con las expectativas de cambio que, representadas en distintas candidaturas, se
posicionaron como hegemónicas en los resultados electorales.
La evolución de los votos de la Nueva Mayoría[3]
si bien rompen la tendencia a la baja, no logra recuperarse de la escisión de
Marco Enriquez-Ominami[4],
que pese a que obtiene 682.854 votos menos que en su elección anterior, se posiciona
de todos modos con un capital político con proyección al tener conformado un
partido político con una discreta presencia en el mundo municipal, pero con la
debilidad de no tener parlamentarios[5].
Haciendo la ficción de observar la convergencia entre ambos sectores[6],
se proyecta una votación muy consolidada que puede proyectar una amplia mayoría
para impulsar transformaciones.
Marco Enriquez presentó en la elección anterior un programa que
coqueteó con elementos liberales con el objetivo de diferenciarse de los
sectores tradicionales de izquierda. Para esta vuelta optó por situarse a la
izquierda de Bachelet, lo cual sumado al resultado de los otros candidatos de
izquierda, implica más de un millón de votos a la izquierda da Bachelet.
El factor de incertidumbre lo pone la situación de voto voluntario,
pero los antecedentes de balotaje con voto obligatorio, dan cuenta que sin
importar tanto el llamado de los candidatos, los votos de la izquierda
terminaron yéndose a la Concertación en la segunda vuelta. Considero, por
tanto, que Marco Enriquez tiene una posibilidad real de ser un actor incidente,
no solo en esta segunda vuelta, si no que en el ciclo político que se inicia
con el nuevo Gobierno. Pero debe actuar con responsabilidad y no cometer los
mismos errores que en estos cuatro años le hicieron perder parte importante de
su capital político.
Una buena señal, en esa línea, fue su declaración respecto a que si o
si su candidata para la segunda vuelta es la Asamblea Constituyente, lo que
permite seguir dinamizando un debate que no se cerró del todo en la primera
vuelta a la espera de los resultados en las parlamentarias.
A modo de cierre: las tareas que vienen son
de todos
Nos encontramos aun como
sociedad inmersos en el legado de la dictadura. Un reflejo de eso es lo
estático de nuestro sistema político, pese al esfuerzo de distintos actores de
dinamizarlo.
La crisis de participación, que
el voto voluntario no genera y solo devela, requiere ser combatida de raíz,
apuntando a la desigualdad galopante que en todos estos años ha generado
ghettos de marginalidad, miseria y abandono social. La tarea es de tal
envergadura que requiere de una correlación amplia política y social que se
haga cargo de manera estructural de botar toda la herencia dictatorial y
construir un país basado en derechos, con un Estado interventor audaz en áreas
tan sensibles y abandonadas como la salud, la educación, la previsión, los
derechos de los trabajadores, además del desarrollo económico.
Resulta
apresurado hacer proyecciones para la segunda vuelta. Los actores están en
movimiento, pero me atrevo a señalar que quien no se pronuncia o no juega un rol en
esta segunda vuelta, independiente de cual rol sea este, probablemente tendrá
una nula incidencia en el ciclo político que Chile inicia.
[1]
Estimaciones del INE de la población mayor a 18 años, según datos que llegan
hasta el CENSO 2002.
[2] Los
votos de la derecha, corresponde a la línea Roja (DER) que considera:
Plebiscito: Votos SI
Elecciones 1989: Votos Hernán Büchi
Elecciones 1993: Votos Arturo Alessandri y José Piñera
Elecciones 1999: Votos Joaquín Lavín
Elecciones 2005: Votos Sebastián Piñera y Joaquín
Lavín
Elecciones 2009: Votos Sebastián Piñera
Elecciones 2013: Votos Evelyn Matthei
[3] Los
votos de la Nueva Mayoría, corresponde a la línea azul (NM) que considera:
Plebiscito: Votos NO
Elecciones 1989: Votos Aylwin
Elecciones 1993: Votos Eduardo Frei y Eugenio Pizarro
Elecciones 1999: Votos Ricardo Lagos y Gladys Marín
Elecciones 2005: Votos Michelle Bachelet y 2/3 del
resultado obtenido por Tomás Hirsch
Elecciones 2009: Votos Eduardo Frei y Jorge Arrate
Elecciones 2013: Votos Michelle Bachelet
[4] Línea
verde (MEO).
[5] El
diputado que eligen pertenece al Partido Liberal y no al Progresista.
[6]
Sumatoria votos Nueva Mayoría y Marco Enriquez-Ominami, línea morada (NM+MEO)
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